Piura: El Ñuro, caleta de pescadores y refugio para los amantes del surf

01.11.2012 12:37

Mientras caminaba hacia el puerto, las fragatas y las gaviotas contrastaban como pájaros negros y espectrales en el gris del cielo. Hacia el norte se encuentra Los Órganos, hacia el sur Cabo Blanco, conectados todos ellos por una pista de tierra que hizo mi amigo Mario.

Muchas veces he pasado por El Ñuro y siempre me ha gustado. Tiene algo de salvaje, de olvidado, de ausente. Aunque ahora, diversos proyectos acondicionan los terrenos y los cerros que miran al mar para aquellos que quieran dejarlo todo y simplemente contemplar el horizonte lejano. Así me dice Mario. ‘Vente nomás hermano’.
Mientras miraba las aves y los barcos que llegaban a puerto cargados de pescado y rodeados de enormes tortugas marinas, me encontré envuelto en gente. Había pasado de largas playas vacías a una actividad humana frenética, ni siquiera la bulla me previno de un puerto lleno de personas activas, porque todo, extrañamente, estaba en silencio. Decenas de personas trabajando, moviendo carretillas, cargando cajas, impecables con sus mandiles y gorros blancos. Limpiaban y preparaban ese pescado, que todos los días llega a la tarde, para, después, meterlo en cajas anaranjadas con nombres de santos, y llevarlas a los camiones que esperan para hacer su reparto por todo el Perú. Me sorprendió ese ritmo, esa limpieza y el que la gente simplemente trabajaba, nadie reía, hablaba, gritaba o me miraba mientras hacía fotos. Me sentía el hombre invisible rodeado de escamas, tortugas, pescadores y aves espectrales.
Las cajas estaban llenas de merluza, pero un hombre finalmente me dijo, ‘acá sacamos de todo’, ‘acá tenemos el mejor bonito del país’. Le pregunté de quién era el puerto, quién organizaba esa actividad de hombres y mujeres que funciona como un reloj suizo. Me dijo, orgulloso, que son la Asociación de Pescadores de El Ñuro. Le felicité y le respondí que nunca había visto en Perú un puerto tan lindo, tan limpio, tan profesional. No me sonrió pero me invitó a regresar a las 3 de la madrugada, cuando los barcos salen y, no sé bien porqué, las tortugas aparecen a cientos.
El Ñuro tiene una buena ola para correr, como Cabo Blanco y Los Órganos, todas en un pequeño radio de 10 kilómetros. Una vez me fui caminando desde ese paraíso de merlines y peces espada al que acudía Hemingway, hasta Máncora, fueron 8 horas de playas, acantilados y silencio. Esa fue la primera vez que pasé por El Ñuro y que corrí su ola.
Desde entonces no se puede ir al norte sin visitar esos tres lugares y terminar sentado en los cerros de El Ñuro mirando el mar, sus aves que flotan en el aire y ese horizonte que te invita siempre a ir más allá.

 

Fuente: Blog - El Comercio