Museo de sitio Cao: El poder de las mujeres
17.02.2013 15:12
IÑIGO MANEIRO
Las fotografías de Edi Hirose, para los trabajos de investigación y divulgación que la Fundación Wiese desarrolla en el Complejo Arqueológico El Brujo, parecen acuarelas japonesas. El fotógrafo nos muestra la riqueza cultural y paisajística de una de las sociedades más fascinantes que ha tenido el Perú, la moche, en uno de sus epicentros culturales más importantes: el valle del río Chicama. Además de paisajes que parecen pintados, el fotógrafo registra la riqueza, plasmada en huacos, trabajos en oro y madera, tejidos y adornos, que los arqueólogos han descubierto a lo largo de los últimos años de investigación.
Las fotografías nos muestran las pirámides de adobe rodeadas de desiertos, algarrobos, valles agrícolas y un océano que, desde hace más de 12 mil años, alimentaron a los primeros grupos de cazadores y recolectores que se asentaron en ese valle limitado por los ríos Jequetepeque, al norte, y Moche, al sur. Ese bello y exhaustivo trabajo fotográfico que publicó en el libro “El Brujo”, hizo que al día siguiente tomase la camioneta y me dirigiese a contemplar el reino de la primera mujer de alto rango, la Señora de Cao, que fue descubierta en el Perú.
TATUAJES DE COLORES
Los moches se caracterizaron por ser los grandes transformadores del desierto. Su desarrollo hidráulico y urbanístico, y la riqueza de los valles y el mar les permitió el crecimiento de florecientes sociedades que se especializaron en orfebrería, tejidos y cerámica, y de una compleja sociedad de sacerdotes, dignatarios y guerreros que vivieron entre los siglos II y VIII d. C., y ocuparon un territorio que va de Piura hasta Nepeña, en Áncash.
Ellos nos dejaron esas pirámides truncas levantadas sobre huacas que previamente habían sido rellenadas de adobe, conservando en su interior los cuerpos y riquezas de sus dirigentes. Entre ellos uno de los más importantes de su organización, la Señora de Cao. Esta mujer, que vivió durante el siglo II d.C., tenía unos 30 años cuando la enterraron junto a tres personas, todas con la cabeza mirando al sur. Varias particularidades hacen especial su descubrimiento.
Lo primero fue su excelente estado de conservación, gracias al sulfuro de mercurio encontrado en su cuerpo, que permitió ver uno de sus rasgos más característicos: un cuerpo lleno de tatuajes, la extraordinaria riqueza de su ajuar, con orejeras, narigueras, collares, báculos y tejidos. Junto a ella se encontraron cerámicas de tres períodos: Salinar, Cupisnique y Moche temprano, se comprueba así que más que rupturas culturales, estas convivieron de alguna manera en el tiempo. Toda una muestra de esplendor y belleza para homenajear el poder que la Señora de Cao y, de alguna manera, todas las mujeres, han tenido a lo largo de la historia.
Fuente: El Comercio