Cerro Blanco: una visita a la duna más alta de Sudamérica

10.10.2013 15:42
Destaca por encima del resto de montañas que forman el desierto costeño, es imponente, tiene 2.080 metros de altura de arena fina, y en su cima, donde a veces se observan en pleno vuelo mariposas de colores o zorros despistados, se pueden hacer campamentos. Es Cerro Blanco, la duna más alta de Sudamérica.
 
Se encuentra a unos 20 kilómetros de Nasca, en la llamada cuesta del borracho, el tramo de la Interoceánica que está lleno de curvas, y que une esa ciudad con la Reserva Nacional de Pampa Galeras, en donde vive la mayor concentración de vicuñas del Perú, y con el Cusco.
 
Cerro Blanco está rodeado de los últimos contrafuertes de la cordillera andina, parduzcos, lo que hace que la duna contraste todavía más dentro del paisaje, como se puede ver desde la Panamericana Sur, poco antes de entrar en Nasca.
 
TABLAS Y FÓSILES
En ese punto de la Interoceánica que nos lleva al Cusco, se inicia la caminata, cuanto más temprano mejor para así evitar el sol de la mañana. El tramo a la cima de Cerro Blanco demora unas tres horas.
 
Desde la parte más alta se observa el valle nasqueño, la cordillera andina que lo protege y las moles de arena de Cerro Marcha (o Duna Grande, como también lo llaman). En los días especialmente claros se logra mirar también el océano Pacífico, a la altura de San Fernando, el único sitio de la costa del Perú donde es posible observar guanacos.
 
Desde esa cima, también es posible ver, en la mitad del desierto, a otra montaña blanca: Huaricangana. Está hecha de yeso y, junto a ella, se encuentran fósiles de ballenas y tiburones, que forman parte de ese increíble corredor paleontológico sin atisbos de conservación por parte de las autoridades, que se inicia en Ocucaje y llega a Sacaco, en la costa arequipeña.
 
Las montañas blancas, Huaricangana y Cerro Blanco, eran antiguamente los apus sagrados de la cultura Nasca.
 
En la parte alta de la duna comienza una serie de pequeñas y suaves bajadas que sirven para coger soltura con la tabla de sandboard. Después, la gran pendiente: 1.000 metros de pared casi vertical sobre la que esa tabla puede alcanzar velocidades de vértigo. El final es un pequeño valle pedregoso que termina, nuevamente, en la cuesta del borracho.
 
La ascensión a Cerro Blanco es exigente porque se camina en arena, en ocasiones en tramos muy empinados, pero la experiencia vale el esfuerzo y los kilos de polvo que se lleva encima tras el descenso.
 
Cerro Blanco corona Nasca y también anuncia el inicio de las lluvias cuando, durante el solsticio de invierno, el sol se oculta justo detrás de él.
 
Así cuentan en la ciudad. Por ello, por su imponencia, por la belleza que se observa desde su cumbre, fue apu para la cultura Nasca, y un buen destino para la aventura que hoy nos ofrece el desierto.
 
Fuente: El Comercio